Hoy quiero regalar un poco de mi locura,
para todos aquellos que no se atreven hacer lo que les gusta, a todos aquellos
que por miedo del que dirán, no tienen el valor de hacer sus sueños realidad.
La mayoría de personas, viven de acuerdo a lo que dicta la sociedad, creen que un título, un apellido o una posición social los hace mejores que aquellos que deciden soñar. Están tan cómodos en su burbuja, que nunca se dan permiso para soñar, se burlan de todo aquel, que no posee tanto, aquel que disfruta comiendo en el mercado, o el que camina bajo la lluvia, de todos aquellos que no son tan afortunados. Pero déjenme decirles algo, conozco personas que no poseen riquezas, pero que disfrutan tanto la vida que hasta me da envidia, personas que te dan lo poco que tienen por una sonrisa.
Hoy quiero contarles una anécdota, pero antes quiero explicarles que me considero una persona de espíritu libre, una persona que nada contra la corriente, una persona que no le teme a la aventura y que ama conocer lugares, y personas…
La mayoría de los que me conocen no comprenden mi forma de vivir, algunos se burlan, se enojan, o me llaman la atención, pero yo siempre he dicho, que estoy aquí para ser feliz! no para hacer la voluntad de los demás, así que lo que opinen me da igual, aunque un consejo no está de más.
Un día desperté y con maletas en mano, me fui al exterior del país, a un pueblo para ser más exactos, no sabía en donde iba a dormir, o que comer, o los peligros que podían venir. Llegue a un lugar lleno de vegetación donde la gente es humilde y sencilla, conocí a una familia que me brindo un lindo granero, para pasar unos días.
De día admiraba el paisaje, el calor era insoportable, pero valía la pena respirar un poco de aire puro para desintoxicarme y alejarme del bullicio de la ciudad. Cocinar era un caos, pues no había electrodomésticos, y pues me las tenía que arreglar, aprendí a juntar fuego, a sobrevivir en el campo, pero sobre todo aprendí a valorar todo lo que tenía en la ciudad.
Por las noches el miedo me invadía, pues estaba en la montaña y con tanta leyenda dormir era casi imposible, los ruidos de los árboles, los animales que gruñían, ahhh era como de película de terror… todos los días a las tres de la mañana yo oía pasos por el camino, tapaba mis oídos y fingía no escucharlos, hasta que un día me arme de valor y Salí a ver qué era lo que sucedía, y pues nada más y nada menos, era un señor que todos los días acarreaba agua para regar sus cultivos, que ciega fui al no darme cuenta que era el mismo señor que bajo el sol pasaba por mi camino.
Así que decidí que cuando pasara le iba a dar unas frutas y un refresco para que se refrescara, pues estar bajo el sol era pesado, y desde las tres de la mañana peor aún… pendiente de que pasara, lo vi a lo lejos, rápidamente Salí en su encuentro y con una sonrisa le di las frutas y el refresco, el solo sonrió, dio las gracias y siguió su camino, por alguna extraña razón, me sentía feliz.
Un día cuando ya era una experta juntando fuego, cocine un guiso y decidí darle al señor del agua, así que lo espere y cuando lo vi a lo lejos, Salí a su encuentro, le di un buen plato de comida, el simplemente dijo: ahorita le traigo su plato y dio las gracias. Al buen rato el venía con el plato, ese día nunca se me va a olvidar, traía una bolsa plástica sucia, le recibí el plato y con pena me dio la bolsa y de nuevo un humilde gracias.
Cual va siendo mi sorpresa al abrir la bolsa, eran semillas de calabaza, era sin duda alguna el mejor regalo que me habían dado, no tenía precio, nunca en mi vida había sido tan feliz al recibir aquellas semillas. No dejaba de sonreír, las lágrimas se asomaron por mis ojos, era tanta mi felicidad, pues allí comprendí, que lo más valioso de la vida no es todo aquello que brilla, que las personas más humildes pueden enseñarte a valorar pequeños detalles que nunca imaginaste.
Saben soy de las personas que disfruto, cada segundo, cada minuto, cada instante de la vida, no me dejo llevar por lo que dicen los demás, ni me dejo influenciar, muchas personas me han intentado cambiar, pero fracasan en el intento. Vivo cada día, como si fuese el último, valoro mucho a las personas sencillas y admiro mucho su humildad. Esta experiencia a lo mejor para muchos simplemente fue un día normal, pero para mí significo mucho pues la felicidad que sentí ese día nadie la podrá borrar…