Hace mucho que me ausente de mi pedacito de cielo, en busca
de nuevos horizontes, pero así como el
viajero añora su hogar, así yo también añoraba regresar. Cuantas veces en la
vida nos aventuramos en busca de nuevos horizontes pero al final siempre
retornamos al mismo lugar. Por más que
busque nuevos horizontes en mi corazón persistía
esa sensación de que algo le faltaba a mi vida,
tal vez, el dulce sonido de la palabra hogar, o la calidez de todas esas
personas que formaban parte de mi vida y que por un momento llegue a extrañar.
Fueron
tantos los días que vi el cielo añorando mi hogar, añorando poder abrazar cada segundo,
cada minuto que viví en ese lugar. Pero lo que más añoraba era esa caja que
deje en el olvido, que me esperaba en casa llena de polvo y con la esperanza de
que la volviera a usar, esa caja que en su interior guardaba recuerdos, mi computadora de escritorio, me ha
acompañado desde hace seis años y no la cambiaría por nada del mundo, aunque suene loco es la única que despierta en
mi esa magia de querer escribir sin parar, esa sensación de sentirme en casa y
recordarme de donde vengo y hacia dónde voy, ella me recuerda que nací para
escribir, que lo llevo en la sangre, la única que entiende que para mi escribir
es sinónimo de respirar, la que conoce cada secreto, cada anhelo, cada sueño,
cada lagrima en forma de palabra que no
pude expresar, en fin mi fiel compañera en momentos de tristeza, alegría y
soledad.
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